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CERCANÍAS INSPIRA

En una hora desidiosa, el vagón muy vacío, rentabilizo mentalmente si la frecuencia de paso de los trenes de cercanías también es un gasto innecesario del que pronto tendremos que prescindir.

Miro por la ventana todavía dentro del túnel y sube un chico con la cara roja que desvía mi atención. Es un post-adolescente que lleva unos papeles en la mano y está llorando. Se sienta cerca de mí  mientras fija la mirada en un punto finito para evitar más lágrimas. De vez en cuando, y también como método, se aprieta los ojos con el pulgar  y el índice, presionándose el globo ocular. Coge aire por la boca.

Despliega un papel, repite el ritual con los dedos, y con un gesto melodramático lo medio arruga, y finalmente lo rompe.

Han pasado unos minutos y consigue dejar de llorar, incluso con la vista fijada al infinito.

Se abre la puerta del vagón continuo y entra un señor extranjero. Trae consigo un amplificador y un micro. Como somos tan pocos y estamos todos más o menos juntos, intenta posicionarse cerca del post-adolescente, que está justamente sentado al lado de la puerta cediendo espacio.

Suena la música y con un acento de la Europa del Este, empieza a cantar: “ Por el amor de una mujer, he dado todo cuanto fui, lo más hermoso de miiii vidaaaa…!”

Pienso que es un inoportuno y me pregunto como reaccionara el post adolescente, que ha vuelto a fijar la mirada al finito.

Ningún método le funciona y se deja ir silenciosamente.

Aguantamos todos la canción estoicamente.

Estoy a punto de bajar y no se si darle una tarjeta; quién sabe si se reconocerá en este artículo, o si el amor entre sillitas lo animará…. Así lo hago.

El post-adolescente está consternado.

Me pregunto si que estemos todos allí en ese preciso momento, es una cosa del destino.