Desde que me cambié de piso, mi vecino del segundo vive con la puerta medio abierta.
En un país donde el invierno se puede alargar hasta 7 meses, gran parte del año se hace vida activa dentro de las casas. Esto comporta que la gente sea muy recelosa con su intimidad y también en sus relaciones sociales; las puertas siempre bien cerradas.
Una de las cosas que más me impactó al llegar a Varsovia, fue que en un bloque de 170 pisos apenas me encontraba a nadie por la escalera. Todavía menos establecer alguna conversación con alguna cara semivista.
No conocer a los vecinos genera gran desconfianza. Es por esto que ver esta brecha siempre invitando a pasar, me dejaba perpleja.
Ayer, al bajar la bici por las escaleras, un hombre viejo salió de aquella casa y nos dijimos buenos días. Me dio un poco de conversación y le pregunté si no tenia miedo de dormir con la puerta abierta. Me contestó que era un hombre mayor, y que le asustaba estar solo. De esta manera se sentía más acompañado.
La soledad es un mal frecuente en el primer mundo. Ciudades con millones de habitantes donde la gente tiene que dormir con la puerta abierta para sentir que hay más vida más allá de sus paredes.
En medio de una confusión donde la intimidad se ha convertido en anonimato, me pregunto cuales son las causas que han hecho que Occidente se haya quedado solo.