Ayer por la tarde me dirigí a colgar una exposición de fotografía en el restaurante donde expongo habitualmente en Varsovia.
Esta vez la temática era la ciudad de Sevilla. Escogí motivos typical spanish toro torero flamenco sin ningún tipo de complejo cultural. Sobre la pared coloqué una especie de reja para colgar las fotos, y así poder incorporar flores decorativas que evocasen la esencia andaluza. En abril, el olor a azahar es intensa en las calles.
Este fue el resultado final:
Hoy, al volver al restaurante para acabar de completar algunas cosas que me faltaban, me he sorprendido al encontrar esta otra visión de la pared:
He pensado que la propietaria habría decidido retirarlas por cuestiones estéticas: Está en su derecho el pensar que es una horterada. De todas formas, el artista tiene derecho a expresarse según su criterio, auto reflexionaba. Si me deja exponer en su restaurante, debe de asumir el riesgo de que no le pueda gustar y tenerlo que aceptar.
Pero al hablar con ella, me ha sorprendido su discurso: Nani, me sabe muy mal, pero he tenido que retirar las flores porque mis clientes me han dicho que les recuerda a la época soviética y no les ha gustado. Piensa, Nani, que los rusos nos imponían las flores- especialmente el Primero de Mayo- y claro, hay mucha gente que tiene un recuerdo muy negativo de esa época. Recrear ese ambiente les molesta (…)
No he puesto ninguna objeción. Sólo faltaría que el restaurante perdiese clientela por culpa de cuatro flores poco olorosas ( a pesar de que formasen parte de la obra).
Sin embargo, me he contrariado.
El arte no tiene ninguna culpa.
Tampoco las flores.
Yo no soy culpable de que la exposición haya perdido color y expresión.
Ni tampoco tiene la culpa la sociedad polaca de que le hayan ensuciado su memoria histórica con imágenes de despotismo y de imposiciones.
Pero quizá sea el momento de superar rencores y de afrontar que el tiempo pasa, que la historia no se puede cambiar y que hay que extraer siempre lo mejor de cada vivencia. Hay que aprender de los errores y de las experiencias pasadas, porque de otro modo, nos arriesgamos a cometer las mismas equivocaciones en diferentes escenarios.
Vivir en el mal recuerdo nos lleva a que, por ejemplo, un artista no pueda expresarse libremente.
Y en definitiva, esto también origina una censura poco justificada.